Champagne está muy lejos de ser un monolito enterrado en su
tradición. Por el contrario, de eso sólo su nombre y el de las viejas maisons
que la han acompañado por siglos. En verdad, esta debe ser una de las
apelaciones cuyos lanzamientos y novedades son tales, que logran constantemente
desempolvarla. Lo cual no me parece nada de malo, a pesar que la finalidad del
acto sea gran parte de las veces, una cuestión netamente comercial.
No es un tema menor si la comparamos a otras denominaciones que
han sido marcadas por la sobrevivencia de sus vinos y agrosistemas, tratando de
mantenerse intactas para seguir alimentando el imaginario y todas aquellas
manifestaciones simbólicas y materiales que han creado.
Sentándose en su
amplio reconocimiento territorial e histórico, Champagne puede renovarse e
incluso indagar en las retro búsquedas. Cuestión corroborable al ver como se
revela un extraordinario interés por variedades olvidadas –y permitidas en Champagne–
como petit meslier, arbanne, fromenteau y pinot blanc. Productores del grueso
de Drappier, hasta otros que se encuentran por debajo del aparato publicitario
como Aubry, Gruet, Moutard y Duval Leroy, disponen de etiquetas desplegando el
nombre de estas rarezas, que hacen hincapié en un supuesto rescate y cuyo
delicado aliento comercial se siente.
Sophie Signolle
Gonet, propietaria de séptima generación de la casa Michel Gonet ubicada en la
tradicional L´Avenue de Champagne, con bastante seguridad pone en la mesa su
punto de vista sobre estos fenómenos y tendencias que cubren la AOC. Una
firmeza que no nos debería extrañar, sobre todo cuando descubrimos a una mujer
que lleva una activa vida colaborativa y política, siendo concejal del Canton
d'Épernay-2 por el UMP (Union pour un Mouvement Populaire), miembro del Comite
Interproffesionnel du vin de Champagne, y además presidenta de la agrupación
que defiende el histórico y activo papel de la mujer en la zona, la Comission
de Viticultrices de Champagne. Conglomerado que también se encarga de
salvaguardar la imagen y valorización de la tradicional AOC.
Signolle comenta que
al igual que los productores mencionados anteriormente, ha dispuesto de un
espacio en sus cuarteles para experimentar con las antiguas cepas autorizadas.
No sin antes advertirnos con prudencia de por medio, que no en vano y tras años
de búsqueda y urgencias cualitativas, fueron quedando por obviedad sólo tres de
las siete cepas originales. En el descarte se habla de variedades propensas al
oídio, otras de baja productividad, o simplemente con presencia de mucha
acidez. A pesar de todo esto, el interés persiste.
También hay espacio
para hablar sobre las tendencias que se mal interpretan muchas veces en los
vinos de Champagne. Una de esas, es la acidez.
Las grandes casas han
declarado como eje fundamental de sus vinos el percibir la mineralidad y acidez
en boca, pero no debemos olvidar que con suerte hace un poco más de diez años,
estos descriptores comenzaron a jugar en el mundo del marketing un papel
preponderante. Y esto claramente ha ido generando expectativas entre los
consumidores, a los cuales se les promete percibir y encontrar esto. Pero lo
malo ocurre cuando la moda se extiende y debilita a las casas productoras, ya
que no todas encuentran en la acidez un soporte para crear o generar estilo,
que vaya acorde a la voluntad del enólogo o que se condiga con la calidad de
sus uvas y el proceso. Es difícil. Un ejemplo es el caso del agrio desorden que
presentó champagne Pommery desde 2011 a 2013.
Signolle, comenta que no le gusta la acidez como el actor principal de sus vinos –de los
cuales ella es su creadora– y que prefiere llegar a un punto en el cual ella se pueda sentirse cómoda, buscando vinos con una buena presencia en boca, una
correcta burbuja y que se genere finalmente una sensación placentera.
Del portafolio de
Michel Gonet, la línea base donde encontramos a los económicos Brut Reserva,
creo según mi gusto personal, no merecen tanta atención a pesar de su excelente
calidad y precio.
Sin embargo cuando
subimos un par de peldaños y probamos el Cuvée Prestige (2004), Rosé de
L'imperatrice (NV), y muy en especial el Grand Cru Blanc de Blancs (NV), se
asoma con nitidez la personalidad que Signolle quiere imprimir. Creo que este
último es un champagne al cual que se le debe poner mucha atención, dado su
bajísimo amargor (casi imperceptible y ejemplar), una presencia en boca
notable, muy agradable, con una acidez que no invade y corre con elegancia, que
se hace acompañar además de una oxidación que no aporta complejidad por sí
sola, sino que se hace parte de un conjunto muy bien integrado. Si tomamos todo
esto en cuenta, y vemos como hoy se exponen hoy los vinos en Champagne con
todas sus modas cualitativas, y otras que pretenden exagerar alguna parte de su
proceso, este Grand Cru parece obviar todo eso, y me recuerda bastante al
estilo oxidativo pero fresco que aún perduraba hasta entrado el dos mil.
Tiempos en que cada botella tenía su particularidad y sello que duraba por
décadas. Momentos en que las grandes casas y los pequeños productores, no
hacían hincapié en entonar fanfarreas descriptivas.
Siempre está el
interés por conocer más del proceso, y conocer hasta cada pequeño gramo de
azúcar puesta en la expedición, o cuál es la región más fuerte y en que años ha
desechado su fruta vendiéndosela a los negociantes. En esta ocasión, esos datos
pasan a segundo plano. Y a riesgo que suene cliché, creo que el mejor
ingrediente que pone Sophie Signolle es su convicción, no prestando tanta atención a las tendencias, apelando a la libertad de presentar una
línea de vinos que le guste y que la haga sentir cómoda. Con este Blanc de
Blancs se puede llegar a entender eso, creyendo además, que esta debe ser la
mejor de todas sus recetas.
Alvaro Tello
@Vinocracia
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